Es extremadamente difícil incluir nuevos argumentos a la discusión que se ha generado ante la inevitable disminución presupuestaria en materia de ciencia y tecnología. Sin embargo, los científicos argentinos residentes en Italia aceptamos el desafío y hacemos pública nuestra posición con la intención de aportar al debate sobre una realidad que consideramos también “nuestra”.
En líneas generales, encontramos incongruente la decisión de limitar la participación de la ciencia y la tecnología en el presupuesto nacional con el discurso que propicia el replanteo del rol histórico de la Argentina, de “granero” a “supermercado” del mundo. En este sentido, también nos resulta condenable la actitud acrítica de algunas instituciones y parte de la sociedad civil.
Específicamente consideramos irracional el vasto recorte presupuestario y poco estratégica la decisión de reducir abruptamente el número de ingresantes a la carrera de investigador científico del CONICET. En términos de los beneficios para el país, argumentamos que sería más razonable priorizar la continuidad de aquéllos investigadores en los que el Estado argentino ha venido invirtiendo durante años antes que abrir nuevas vacantes en la convocatoria de becas doctorales. Sin becas, sin trabajo y en el marco de un contexto recesivo como el que atraviesa hoy la Argentina, muchos de ellos estarán obligados a buscar nuevos horizontes en el extranjero. Y esta es la parte que más nos duele a nosotros, porque – por decisión o por obligación- esta dramática situación ya la hemos vivido.
Alertamos asimismo sobre algunas iniciativas que atentan no sólo contra la gratuidad de nuestro sistema universitario sino también que desalientan la presencia de estudiantes extranjeros en nuestra aulas. A nuestro juicio, resulta ser una decisión poco informada que condena la Argentina al fracaso en el marco de un contexto internacional cada vez más globalizado, interconectado, competitivo e innovador que se disputa la atracción de profesionales y científicos talentosos, relegando a sus generaciones venideras al rol de meros espectadores del propio futuro.
Por último, observamos con preocupación algunas declaraciones públicas que, ante el reemplazo de objetivos propios del cambio de rumbo en materia de política científica y tecnológica, tienden a responsabilizar a los científicos por las presuntas fallas del sistema. Interpretamos que toda decisión política tiene sus costos asociados y no debieran ser los científicos quienes deban pagarlos.
Con respecto a la cuestión presupuestaria, en estos últimos años hemos asistido a la transformación de la otrora Secretaria de Ciencia en el actual Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva de la Nación, a la construcción y remodelación de modernas infraestructuras, a la apertura de nuevos centros, a la federalización de los programas de investigación, al aumento del número de investigadores y a la internacionalización de la oferta académica, con importantes logros en todas las disciplinas científicas.
Mientras esto sucedía, los científicos argentinos en el exterior, fuimos de alguna manera incluidos al sistema tecnológico nacional que una vez nos había expulsado, gracias al programa RAICES que nos ha permitido no solo crear las redes de científicos argentinos en el exterior, sino también repatriar a miles de compatriotas formados y especializados en centros de excelencia de otros países.
Ver cómo la Argentina ha sabido inteligentemente conquistar, consolidar y capitalizar los innumerables beneficios de una nunca bien ponderada Política de Estado, a nosotros, los científicos argentinos en el exterior, nos ha llenado de orgullo. Orgullo que de a poco se va transformando en latente preocupación por nuestros colegas, por nuestros compatriotas, por nuestra querida patria.
La memoria debería servir para no repetir los errores del pasado.